domingo, 17 de febrero de 2019

El dictamen policial incompleto




Sauria llegó a la villa de Arcángeles un mañana de primavera. Fue directamente, de la estación del tren, a hospedarse en una suite de lujo en el elegante Hotel D’Azur, junto al antiguo palacio de los azulejos.

Aún estaba acomodando su equipaje en los espaciosos roperos y cajones de su recámara, cuando los rumores de su  presencia recorrían a toda velocidad la ciudad: las mujeres se sintieron amenazadas por su espléndida silueta, y los hombres se alborotaron por la presencia de una hembra de tanta clase.
En cuanto Sauria salió del hotel para cenar, decenas de pares de ojos observaban sus atractivos movimientos corporales.

Era una mujer bellísima, vestida a la moda, con blusas y faldas largas compradas en los almacenes más exclusivos de Europa. Estos ropajes traslucían sus bien conformados senos y sus suaves caderas, que excitaban  a los hombres y ofendían  a las mujeres de Arcángeles.

Los rumores de las malas lenguas no tardaron en aparecer.

Con ese extraño nombre, debe ser una mujer lagarto, una devoradora de hombres incautos”, decían algunas.

“Me han contado que, cuando lleva un hombre  su lecho, se despoja fríamente de su ropa, dejando ver su desnudo cuerpo lleno de horribles escamas y una cola de reptil, y, antes de que su ingenuo acompañante pueda reaccionar, ella se lanza sobre él para devorarlo”, decían otras.

Mientras tanto, decenas de caballeros, riéndose de los rumores, buscaban la oportunidad para conocerla e invitarla  cenar, como parte primera de intenciones más elaboradas.

El primero que logró salir con ella, fue Don Lucas Arioste, un soltero guapo, rico y divertido. Fueron vistos juntos en varios restaurantes, antes de que él desapareciese misteriosamente. Este hecho incrementó los terribles rumores femeninos locales sobre la bella Sauria.

El segundo pretendiente de la elegante dama fue Don Rigoberto Coello, hombre casado y cínico, que osó pasear con ella por el parque, sin importarle las consecuencias familiares de su hecho.

El jefe de la policía local, el teniente Del Monte, admiraba a la dama, y se asomaba por la ventana de la comisaría cada vez que ella paseaba por el frente,  para deleitarse con su movimiento de caderas. Se reía de los absurdos rumores que la relacionaban con la desaparición de Don Lucas Arioste, y, al mismo tiempo, sentía envidia de Don Rigoberto Coello, quien ahora disfrutaba de la cercana compañía de Sauria.

Sin embargo, pocos días después, la esposa de Don Rigoberto acudió  la comisaría a denunciar formalmente a Sauria de haber devorado  a su marido, quien no estaba en ninguna parte. De mala gana, sabiendo que todo esto era un absurdo, el teniente Del Bosque envió un citatorio para que ésta se presentase a declarar al respecto.

Esto -decía públicamente el comisario- no es más que un trámite para calmar a la celosa esposa”.
Sauria, sin embargo, jamás se presentó. La policía revisó la suite de la dama, y la encontró vacía. Ella había desaparecido sin dejar huella.

Ante esos hechos, el teniente Del Bosque tuvo, por obligación, que responder a la demanda de la esposa del desaparecido, emitiendo un dictamen oficial, que decía así:

Es obvio que la Srita. Sauria y Don Rigoberto Coello, se fugaron de la ciudad. Sin embargo, no hay elementos suficientes para concluir formalmente acusación alguna contra ellos“.

Y efectivamente, ambos se habían fugado. Pero hubo, en el anterior dictamen, una grave omisión que nadie percibió:

Don Rigoberto Coello, en efecto, había huido con Sauria,  la mujer lagarto,…pero dentro de su abominable tracto digestivo.

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