miércoles, 18 de abril de 2012

El moco perfectamente esculpido


Aunque parezcan criaturas mitológicas o de ciencia ficción, los cerebros prodigiosos existen.

No es que sean frecuentes o que se encuentren “a la vuelta de la esquina”, pero los hay…definitivamente los hay.

Esa cualidad de inteligencia se presenta en uno de cada mil individuos, o quizá en uno de cada diez mil o cien mil, o una vez en cada mil millones de personas.

Lo importante es entender que existen, que están entre nosotros, y que sus vocaciones son diversas, increíblemente diversas.

Algunos se dedican a la ciencia. Y directa o indirectamente mejoran nuestra calidad de vida.

Otros generan bellezas que deleitan nuestros sentidos, en el arte plástico, en la literatura, en diversas aplicaciones generalmente aplaudidas.

Muchos son comerciantes que en pocos años –por sus aciertos- figuran en las lista de millonarios de la revista Forbes.

Otros son perversos, y se convierten en indescifrables asesinos en serie.

Pero aquí quiero hablar de Nicolás Méndez, conocido en su casa como Nico, un desperdiciado adolescente que descubrió que su enorme talento consistía en lograr bellísimas microesculturas a partir de sus mocos.

Nico no dañaba a nadie, pero todos los criticaban.

Nadie quiso, por los absurdos prejuicios humanos, observar con lupa sus maravillosas creaciones, si bien él sabía que eran verdaderas obras de arte.

En sus inicios como artista escultórico, imitó con mocos la Piedad de Miguel Ángel, el Pensador de Rodin y varias obras de Leonardo da Vinci.

Y cuando quedó convencido de su inconmensurable creatividad, empezó a generar sus propias y originales obras, arte imponente a pesar de que se trataba de microesculturas.

Su portentoso cerebro siempre supo que la humanidad era asquerosa y prejuiciosa, que jamás tendría éxito en sus menesteres, pero eso nunca le importó.

Cuando generó la mejor de sus obras -a la que denominó “El Moco de la Gioconda”-, se dio cuenta de que nadie en toda la trayectoria de la humanidad había logrado su excelencia, su perfección, su arte.

Nico murió joven y con su dedo índice derecho metido en una de sus fosas nasales, mientras meditaba acerca de su siguiente creación artística.

Si tan solo la asquerosa y prejuiciosa humanidad se hubiese atrevido a ver su obra a través de una lupa, Nico habría sido reconocido como el gran genio humano, como el poseedor del cerebro más prodigioso de todos los tiempos.

Lamentablemente no fue así.

2 comentarios:

Joice Worm dijo...

Nico es como una gran mayoría de génios que todavía existen. Mi encantan sus histórias, R.G.

María Teresa Fuenmayor dijo...

Excelente narración, muy bien escrita...de veras que sí. Gracias por compartir. Un abrazo fraterno desde Venezuela.