jueves, 29 de marzo de 2012

El quitacochambres


Era un párroco muy cómodo para los pecadores:

Los asesinos seriales quedaban perdonados rezando un par de rosarios.

Los narcotraficantes se redimían con diez o doce padres nuestros, según fuese el tipo de droga que distribuyesen.

Los carteristas se arreglaban con un Ave María.

A las mujeres infieles les bastaba con sonreír al cura.

Todo iba bien en aquella concurrida parroquia, hasta que alguien en el Vaticano decidió tenerlo cerca, por razones desconocidas pero claras como el agua.

El párroco -mejor conocido en aquel barrio con el sobrenombre del quitacochambres- fue extrañado durante muchos años.

1 comentario:

Analogías dijo...

Tendría que perdonar mil millones de pecados más en el Vaticano. Pero yo creo que allí van directos al infierno! jaja