
Manejaba adecuadamente las dosis de amor y desamor que se le presentaban, y con ellas hacía maravillas en el papel, suficientes para impactar cualquier sentimiento, cualquier afecto.
Por eso fue que su literatura fue reconocida ampliamente, y leída y aplaudida en casi todo el mundo.
Pero un mal día fue rebasado por los acontecimientos. Una mujer supo destrozarlo –a él, a su prosa y a su poesía, a su esencia humana-.
Jamás pudo volver a escribir. El poeta, herido de amor y de muerte, dejó de ser poeta, de ser escritor, de ser humano.
Su pluma dejó de ser pluma. La tinta en la que remojaba sus pensamientos se secó para siempre. El tintero y el papel lloraron desconsolados, pero nada pudieron hacer.
Su verso –hermoso como había sido hasta entonces- fue asesinado para siempre.
1 comentario:
Esa era una asesina de palabras, seguro.
¡Saludos!
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