lunes, 14 de noviembre de 2011
Fastidios
Definitivamente estaba de mal humor, o más que eso: fastidiado, muy fastidiado.
Sus creaciones lo habían decepcionado: los aguacates tenían el hueso demasiado grande; las jirafas, el cuello demasiado largo; las tortugas eran desesperantemente lentas; las plantas en la selva se quitaban el sol las unas a las otras; las frutas se pudrían en poco tiempo; los virus mutaban demasiado rápido.
Pero lo peor eran los humanos: los había hecho razonables, pero esa capacidad excepcional hacía que lo adorasen sin sentido, los convertía en rezadores insoportables, acosadores permanentes en busca de milagros inconcebibles, un rastrerismo indigno de una especie diseñada para algo grande.
El Diluvio Universal, la destrucción de Sodoma y Gomorra, la Santa Inquisición, la quema de brujas, las lapidaciones y torturas, no habían dado resultados.
Fue entonces, tras de estos razonamientos, que Dios decidió suicidarse, a pesar de que él mismo lo había prohibido.
La vida no cambió para nada. Dios, un momento antes de suicidarse, reconoció su irrelevancia.
Irrelevante historia en la lavandería pública
Después de muchos meses de convivir íntimamente con su compañero de siempre, aquel calcetín quedó atrapado en el aspa de una lavadora pública, y vio con desesperación cómo se quedaba solo y abandonado.
Al día siguiente, la encargada de limpiar las lavadoras lo encontró. Siguiendo las rutinas del negocio, lo entregó al responsable de Quejas de Clientes, quien lo guardó en un oscuro cajón para ver si de causalidad aparecía algún reclamante.
La oscuridad del cajón, la soledad y la mala compañía de un calzoncillo pesimista que todo lo veía negro, acabaron por desesperarlo. Y cuando estaba a punto de suicidio*, el cajón se abrió y junto con la deslumbrante iluminación que se presentó, el dueño del calcetín asomó su cara para decir: ¡Es el mío!
La felicidad del calcetín cuando se reencontró con su compañero fue algo inenarrable.
Poco sabemos de las lágrimas emotivas que pueden desarrollar esas ignoradas vestimentas de nuestros pies.
Los humildes calcetines tienen sentimientos, aunque los arrogantes humanos no seamos capaces de percibirlos.
*eventualmente se sabe de calcetines que se suicidan, aunque, por su irrelevancia, nunca salen en las noticias ni en los diarios.
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