
Zeus agonizaba tal como antes lo hicieron muchas otras deidades (y como lo harán absolutamente todas las que posteriormente le habrán de seguir, sin importar su época o su índole).
Y como todas ellas lo hicieron antes de morir, se enfrentó a las Angustias, diosas previas e inevitables que hacían que todos –dioses y mortales- revisasen de manera patética su agonizante existencia, hasta en el más mínimo detalle.
Fue así que Zeus reconoció que, en su excelsa vanidad, había creado a unas deidades bastante odiosas que se habían adueñado de la felicidad de cuanta criatura divina o terrenal existía.
Ellas nacieron como consecuencia de su divina arrogancia, justo cuando exigió –en su calidad de amo del Olimpo- que todos los demás dioses se presentasen ante Él a rendirle pleitesía, tras de lo cual les extendía una especie de Certificado Supremo, con el cual-a partir de ese momento-, podían ejercer sus funciones y sus poderes sin más limitaciones.
Aquella patética tarde en que se le ocurrió esa olímpica estupidez, generó a los Requisitos, a los Prerrequisitos y a los Trámites.
Dioses y humanos habrían de sufrir eternamente las consecuencias.
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