jueves, 13 de enero de 2011

La cebolla


Cuando fue consciente de su existencia, una vez que su bulbo enterrado empezó a formarse y conoció a sus vecinas, se dio cuenta de que ella no pertenecía a ese lugar.

Algo en su interior le decía que, si bien su bulbo era esférico, había nacido para ser alargada.

También cuestionaba su color rojo-guinda, pues prefería ser de color naranja.

Como sea, si algún humano la hubiese podido ver durante su desarrollo subterráneo, la habría considerado una cebolla.

Pero no lo era, o al menos no deseaba serlo, o no se identificaba para nada con la especie allium cepa, lo que la hacía de verdad infeliz.

En sus adentros ella sabía que era una zanahoria atrapada en el cuerpo de una cebolla, pero nada ni nadie la escuchaba ni podía ayudarla a sobrellevar esa desagradable situación.

Finalmente llegó el momento de la recolección, y el destino la llevó al mercado en un cajón repleto de cebollas redondas de color rojo-guinda. Se sentía infeliz y humillada, pues cerca de ella estaban las zanahorias, orgullosamente larguiruchas y anaranjadas, recargadas de carotenos.

Pero para su mala fortuna fue comprada como cebolla, y después, en una cocina, rebanada para formar parte de una ensalada de cebolla con apio y vinagreta.

Como sea, fue comida por un jovenzuelo hambriento, que, en un momento dado, preguntó a su madre:

“Mamá: ¿acaso le pusiste zanahoria a la ensalada de cebolla con apio y vinagreta?”

A pesar de que la madre lo negó rotundamente, la cebolla de esta historia se dejó digerir con mucho orgullo: efectivamente, a pesar de ser redonda y de color rojo-guinda, ella era en realidad una zanahoria.

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