domingo, 26 de diciembre de 2010

2011


A pesar de ser un pequeño bebé aún por nacer, 2011 era una criatura sabia y madura.

Antes de su nacimiento, se preocupaba por los miles de millones de personas que sobre él generaban expectativas de mejora económica, de felicidad, de fantasías que él jamás podría cumplir por más que se esforzase.

Moría de ganas de confesar a voces que vendría acompañado de dramas, de guerras, de terrorismo, de crisis económicas, de desastres naturales y de deterioro ecológico.

Pero nadie lo escuchaba; nadie razonaba al respecto.

Peor aún: unos segundos antes de nacer, las multitudes ebrias e inconscientes brindaban por eventos maravillosos y fantásticos que él sabía que no iban a ocurrir durante su vida.

Después de la duodécima campanada del año 2010, vino al mundo, completamente apesadumbrado por la gran cantidad de absurdas expectativas que pendían sobre él, sabiendo que pronto decepcionaría a toda la humanidad.

Quiso consolarse pensando que no era su problema el que la humanidad fuese tan crédula, inmadura e ingenua, pero no lo logró: los petardos, la música y los ruidos de algarabía acallaron sus llantos y advertencias.

2011 había venido al mundo.

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