
El calcetín se dio cuenta de que su compañero ya no estaba cuando fue trasladado a la secadora. Lo había perdido para siempre en la lavadora pública.
Entró en crisis, y por ello decidió perder el color y la elasticidad, además de autogenerarse un agujero en el lugar del dedo gordo. Quedó convertido en una verdadera piltrafa, y como consecuencia de todo lo anterior, su dueño lo arrojó a la basura.
Su compañero extraviado fue encontrado atorado en un recoveco de la lavadora por el dueño de la lavandería. Corrió la misma suerte que aquél y fue a dar al cesto de la basura.
Lamentablemente ambos fueron a dar a basureros diferentes, debido al desorden de la administración en aquella ciudad.
El segundo calcetín, que más o menos estaba en buen estado a pesar de lo sucedido, fue rescatado por un pobre, y aparejado con otro calcetín de otro color y clase social. Como sea, aceptó resignado a su nueva pareja y rehizo su vida dentro de los agujerados zapatos del mendigo.
El primer calcetín murió viejo y solo en el tiradero municipal del sur.
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