martes, 4 de mayo de 2010

La pandilla del Pulgas


Aquel frío y lluvioso anochecer, el Tuerto divisó con su único ojo a un cachorro pequeño de color gris. Le llamó la atención el que estuviese solo tan tarde y con ese clima, así que se acercó a él para preguntarle si estaba perdido.

“Sí, me perdí hace dos días”, contestó el cachorro un poco temeroso, justo cuando un raudo autobús lo salpicaba, quedando a la vista su color original, que no era gris, sino blanco con manchas negras.

“Pero si eres un dálmata, un cachorro fino, ¡qué caray!”, respondió el Tuerto.

Para darle tranquilidad al cachorro, el Tuerto le meneó el rabo en señal de amistad, a lo que el pequeño dálmata respondió con un ladrido suave de agradecimiento.

“No puedes andar solo por estas calles llenas de humanos malvados, pequeño. Te van a robar y entonces jamás volverás con tus amos.”, le dijo el Tuerto. “Debes tener frío y hambre, así que te ofrezco que vengas con nosotros a pasar la noche, y mañana te ayudaremos a buscar tu hogar.”

“Sí, te lo agradezco, pero ¿a quiénes te refieres con “nosotros”?, preguntó el cachorro.

“Yo pertenezco a una manada de perros callejeros que llamamos la pandilla del Pulgas.”, contestó el Tuerto. “Somos tres perros amigos que nos protegemos, nos calentamos, compartimos la comida y las aventuras: el Pulgas, que es nuestro líder; yo, el Tuerto; y el Sarniento.”

“Nos gusta ser amigables con otros perros y con los humanos, pero a veces la vida no es así de sencilla, así que hemos hecho creer a todos que somos malvados, bravos y mordelones”, continuó el Tuerto.

“Pero basta de pláticas. Vamos con mis amigos para darte algo de comer y prepararnos para la fría noche que se acerca. Ya mañana trataremos de encontrar tu casa,” concluyó antes de emprender la marcha sobre los oscuros callejones del barrio.

Enseguida llegaron a un lugar tenebroso, lleno de cajas y desperdicios, y ahí estaban el Pulgas, rascándose como siempre, y el Sarniento, lamiéndose sus costados.

El Tuerto les contó que había hallado a ese principito dálmata extraviado, y que le había propuesto pasar juntos esa fría noche, para que la mañana siguiente, con los rayos del sol, fuesen a buscar a sus amos.

El Pulgas y el Sarniento dieron la bienvenida al cachorro, y le preguntaron su nombre.

“En casa me llaman Yahoo, pero no me gusta”, respondió el pequeño.

“Pues bien”, dijo el Pulgas: “Para nosotros serás el Manchitas.”

Mientras tanto, el Sarniento había ya sacado de su escondite unos trozos de carne en buen estado que había encontrado ese día en el basurero, y así los cuatro amigos cenaron agradablemente mientras contaban sus aventuras del día. Al rato todos se echaron en el piso y protegieron con sus cuerpos al “Manchitas”, que, muerto de frío, agradeció el detalle.

Con los primeros rayos del sol, los cuatro perros se despertaron. Después de estirarse, rascarse y lamerse, emprendieron camino, dirigidos por el Pulgas.

“¿Hacia dónde vamos?” preguntó el Manchitas.

Sarniento le respondió: “Vamos al barrio rico, porque ahí debes pertenecer. Nosotros vamos poco por ahí, porque en ese lugar la gente no nos quiere, y tampoco hay basureros en la calle para alimentarnos, pero enseguida reconocerás tu casa, y tus amos estarán felices de verte de nuevo.”

Después de un buen rato de caminata, la pandilla del Pulgas y su pequeño amigo extraviado entraron en las calles limpias, arboladas y con el pasto recortado.

Pronto el Manchitas reconoció el parque, y salió corriendo en dirección a su casa. Tras de él fueron los demás perros, para asegurarse de que el cachorro fuese bien recibido.

De pronto se abrió la elegante puerta de aquella mansión, y un hombre abrazó al cachorro que movía el rabo feliz de haber vuelto con su amo.

Pero éste, al ver a los tres perros callejeros cerca, tomó una piedra y se las lanzó para ahuyentarlos.

Entonces, el Manchitas le ladró indignado, y de nuevo salió corriendo a toda velocidad en busca de sus amigos caninos.

Los alcanzó ya fuera del barrio rico, para sorpresa de éstos, que pensaban que, a pesar de esas vicisitudes, había decidido regresar a su hogar.

Se sorprendieron cuando el Manchitas les dijo: “No estoy dispuesto a vivir en una casa en donde mis amigos no son bien recibidos. Prefiero comer carne cruda, estar mojado, pasar frío y dormir sobre el pavimento junto a vosotros, que vivir en una casa rica con todas las comodidades con esa clase de humanos que realmente no aman a los perros.”

Dicho lo anterior, el Manchitas aceleró el paso hacia el barrio pobre en donde vivían sus amigos.

Esa tarde, en el barrio pobre, a nombre del Sarniento y del Tuerto, el Pulgas dijo al Manchitas:

“¡Bienvenido a nuestra pandilla, amigo. Eres un cachorro noble y con un gran corazón. Tienes mucho que aprender de la vida, pero eres de excelente casta y te aseguramos que con nosotros te harás un perro de bien! ¡Nos has ganado!

Cuatro rabos se movieron simultáneamente durante un rato en aquel sombreado callejón al este de la ciudad.

No hay comentarios: