domingo, 28 de marzo de 2010

El dedo


Definitivamente aquel dedo hacía lo que le daba la gana. Por más que el brazo, la mano y el cerebro intentaban controlarlo, no eran capaces de hacerlo.

Así, el dedo fue acercándose y acercándose a aquel misterioso agujero que tanto le gustaba, por el que sentía una vocación natural, mística e inevitable.

Cerebro, brazo y mano hicieron lo posible por contenerlo, sobre todo porque había mucha gente cerca observándolo, seres que estaban pendientes de que se respetaran las normas sociales, y que eran capaces de lanzar rumores destructivos a diestra y siniestra.

Pero todo fue inútil: ni el cerebro, ni el brazo, ni la mano, ni siquiera la vergüenza, fueron capaces de contenerlo.

Finalmente el dedo penetró la fosa izquierda de la nariz, y la hurgó hasta el cansancio.

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