viernes, 8 de enero de 2010

El suicidio de la dromedaria


Desde el ángulo que se le viera, aquella dromedaria era perfecta.

Sus piernas eran largas y elegantes, apuntaladas por unas pezuñas afiladas de color rosado que contrastaban vistosamente con el color de la arena del desierto.

Su trote era de hembra de clase, con unas corvas y un rabo que impresionaban a los rústicos machos del oasis, que volteaban a verla sin moderación y con gestos obscenos.

Sus belfos eran espléndidos, y ocultaban una dentadura perfecta que las demás dromedarias envidiaban.

Su joroba era grande y erguida, digna de su estirpe de damas del desierto…pero ella la sentía demasiado pequeña, lo que le quitaba el sueño noche tras noche.

Se acercaba con frecuencia al manantial entre las enormes palmeras a beber mucha agua, para ver si con eso su joroba aumentaba de tamaño. Veía la sombra de su silueta proyectada por el sol del atardecer, y su inconsciente le decía que su giba no estaba proporcionada con el resto de su cuerpo, lo cual de verdad la mortificaba.

Y a pesar de que todos los machos de la manada la pretendían, a pesar de su belleza objetiva, un día ella decidió internarse en la soledad de las enormes dunas del norte y morir insolada bajo los candentes rayos del implacable sol del Sahara.

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