jueves, 14 de enero de 2010

Crónica de la muerte de la hernia maldita


Fue una mala tarde cuando sus síntomas empezaron a mostrarse en aquel privilegiado y sanísimo (hasta entonces) organismo.

Se presentó disfrazada de disfagia, justo cuando aquel estupendo esófago Dejaba pasar un bocado de un excelente queso Camembert añejo y cremoso. El dueño del organismo tuvo que suspender aquella deliciosa cena sorprendido por aquel inesperado malestar.

El fenómeno sintomático apareció un par de veces más en los siguientes días, hasta que el afectado decidió acudir al médico. Éste, sin pensarlo mucho, ordenó al paciente una laringoscopía.

Dicen los doctores presentes durante este último acto que jamás habían visto un esófago tan espléndidamente conformado. Su diámetro era perfecto; su color rosa-naranja denotaba salud y bienestar. Merecía mejor suerte.

Pero cuando la sonda indagatoria se acercó al estómago, apareció la culpable de la disfagia: una hernia hiatal se encontraba obstruyendo la comunicación nutricional del organismo, justo a la entrada del estómago.

Pero ese mismo día fue condenada a muerte. El médico y el paciente conspiraron y pusieron fecha a la ejecución sumaria. No le dieron concesiones a la bestia, y pocos días después, el organismo fue intervenido en un quirófano.

La horrible criatura pasó a mejor vida en cuestión de una hora. Un DVD filmado por el ayudante del cirujano sirvió de testimonio de su desaparición sempiterna.

Hoy la hernia hiatal descansa en paz en el infierno de las vísceras malévolas, mientras el organismo se recupera y se prepara –una vez que el médico lo autorice- para brindar con ron y CocaCola con las hadas y los duendes que tanto lo aprecian, por su esperado regreso al maravilloso mundo de la fantasía.

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