domingo, 12 de abril de 2009

La tortilla de patatas


Normalmente, las tortillas de patatas se cocinan y pasan a la mesa para ser comidas. Eso es todo.

Pero éste no fue el caso de nuestra tortilla de patatas.

Por alguna extraña influencia astral o culinaria –jamás lograremos saberlo-, ésta, desde que fue conformada en la sartén, poseyó una anormal forma de conciencia.

Sabía que su vida iba a ser corta, si acaso de un par de días, así que tenía que aprovecharlos.

También sabía que conformaba uno de los platos típicos de una nación famosa por su cocina mediterránea, lo que la llenaba de orgullo…y de responsabilidades.

Por todo lo anterior, nuestra tortilla se concentró en sí misma. Convenció apasionadamente a todos sus ingredientes (huevo, aceite de oliva, chorizo, patatas, cebolla y sal) de que, en el momento oportuno, debían estar en su mejor forma para generar un sabor óptimo y una memoria gastronómica digna del mejor restaurante del país.

A la hora de la verdad, fue colocada en la mesa frente a un grupo de hambrientos turistas alemanes que visitaban España por primera vez.

Pasó a mejor vida, devorada ávidamente por aquellos vacacionistas de pelo rubio.

Fue acompañada en su aventura final por un vino tinto de la Rioja que se entremezcló con ella íntimamente.

Lo último que nuestra tortilla de patatas logró escuchar, fue un eructo sajón de satisfacción total, razón por lo que se dejó digerir orgullosamente por aquellos intestinos de origen extranjero.

Ella nunca lo supo, pero los glotones alemanes, muy satisfechos de su anterior elección, decidieron pedir una segunda tortilla de patatas.

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