viernes, 3 de abril de 2009

El billete que sonreía


Era un billete de tantos, de una denominación barata, nada extraordinario.

Llegó a sus manos desde un cajero electrónico, cuando Juan necesitaba efectivo para seguir corriendo una parranda que de verdad prometía.

Cuando pensaba pagar la cuenta del bar con ese billete, la cara del prócer nacional en él impresa (en tintas tecnológicas imposibles de falsificar), le soltó una sonrisa parecida a la Mona Lisa, pero un tanto más cínica, rara, bastante misteriosa.

Juan dudó de su sobriedad al ver aquel extraño gesto plasmado en papel de seguridad, así que prefirió pagar la cuenta con su tarjeta de crédito y analizar las cosas con más calma.

Para Juan la parranda terminó en ese momento. Sus amigos estaban encantados con el tintorro que les servían, pero él decidió observar detalladamente y de cerca el extraño billete que parecía disfrutar el momento.

No se atrevía a compartir la experiencia con sus amigos, pues no quería ser víctima de escarnios. Simplemente se alejó de la mesa, buscó un lugar algo iluminado, extendió el billete en sus manos, y se dedicó a observarlo.

El héroe nacional impreso en aquel billete insistía en hacer gestos agradables, extrañamente provocativos.

De repente, la cara del billete dedicó un guiño extraño a Juan. Definitivamente, el gesto y la sonrisa eran raros, muy raros.

Juan finalmente tomó su decisión: destruyó el billete homosexual y regresó a la mesa con sus amigos.

Lamentablemente para él, la parranda ya estaba arruinada, y el asunto del billete que provocaba jamás quedó resuelto.

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