
Él quería ser grande y apreciado como los champiñones del supermercado, o mejor aún como las setas que vendía doña Amalia en el mercado de los jueves.
Deseaba de corazón ser vegetariano y alimentarse del húmedo humus de la fértil tierra boscosa, como hacían muchas especies de hongos en todo el planeta, o tal vez disfrutar de un sombrero de muchos y vivaces colores, aunque por ello se convirtiese en venenoso.
Pero la vida lo hizo carnívoro devorador de células cutáneas y queratina, lo dotó de mala apariencia y de un olor insoportable.
Su hábitat eran los pies humanos, y su nombre, pie de atleta.
3 comentarios:
Nada ni nadie está en el mundo por acaso, pienso que todo tiene su importancia, mismo que sea para solo incomodar. A lo mejor, el hongo de pie ha aparecido para el empleado pedir dispensa al jefe... jaja.
Todos somos hijos de Dios, efectivamente.
Aunque el hongo aún estea a incomodar, vengo dejarte un beso muy, muy grande!
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