sábado, 25 de octubre de 2008

Reginaldo


Reginaldo era un Tiranosaurus Rex macho impresionante. Sus poderosos bramidos se escuchaban a mucha distancia, y los animales de la región que no lo conocían, se asustaban y corrían para alejarse y esconderse, pues se decían de él cosas terribles.

En realidad, Reginaldo no era tan peligroso como su tamaño y actitudes podían hacernos creer.

Le gustaba comer flores, después de deleitarse un rato largo con su aroma. Jamás le había gustado la carne, y se burlaba de sus compañeros acostumbrados a ser carroñeros.

Por las tardes solía acompañar a sus amigos brontosaurios al pantano, para revolcarse en el lodo y jugar arrojando agua para molestar a los pequeños mamíferos que se acercaban a beber. Disfrutaba de las libélulas, admirando su capacidad de vuelo, que hacía ver torpes a los poderosos pterodáctilos ya casi extintos.

Por las noches le gustaba dormir calentito, por lo que lo hacía en una cueva cercana a un corriente de lava que bajaba del enorme volcán Atsunari.

Y así, en cuanto se acomodaba sobre un montón de helechos aromáticos, Reginaldo, el imponente Tiranosaurus Rex, caía dormido, y soñaba con cosas preciosas, con nubes azules, con corrientes de lava de color rosa, con archeopterixes multicolores, y con hermosas y esbeltas dinosaurias que bailaban rítmicamente a la luz de luna llena.

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