Por un increíble descuido de su parte, mi musa particular dejó abandonada su caja de herramientas en mi estudio. La guardé con cuidado para devolvérsela en cuanto apareciese, pero, la verdad, últimamente me frecuenta muy poco. Así, poco a poco me fue ganando la curiosidad acerca de su contenido, hasta que no la pude soportar y decidí abrirla.¿Qué podía esperarse encontrar en esa hermosa urna de color rojo carmesí?
Yo pensaba que en ella encontraría ideas, proyectos, personajes y tramas de cuentos, pero cuán grande sería mi sorpresa, cuando lo que encontré fueron los siguientes objetos, perfectamente identificados y etiquetados:
Un lubricante para que fluya toda lo que se atora en mi cerebro, que es bastante.
Gingko biloba, para que disminuya mi Alzheimer y no olvide las pocas ideas que tengo.
Un exprimidor para cerebros, para así poder extraer hasta la última gota de lo poco que se me ocurre.
Un tirabuzón (enorme, del tamaño de un forceps), para poder sacar con fuerza la escasa creatividad que poseo.
Un laxante cerebral, para un seso estreñido como el mío.
Una enciclopedia de personajes fantásticos, para evitar ser repetitivo como suelo serlo.
Y al fondo encontré un frasco de píldoras de paciencia, de una gran dosis de paciencia, que con toda seguridad son para ella, al pasar días y días sin que yo sea capaz de inventar algo bueno.
Finalmente me di cuenta de que mi musa había dejado su urna olvidada intencionalmente en mi
estudio, pues harta ya de mi crónica esterilidad intelectual, decidió irse de vacaciones.Como sea, con su aparente olvido y considerando mi enorme curiosidad, me dejó dentro de su caja de herramientas un mensaje clarísimo de la clase de escritor considera que soy.









