
Una tarde, después de la lluvia, la despertó un ruido cerca de donde tenía sus platos de agua y de comida. Pensó que era un gato aprovechado y salió corriendo a darle un susto, cuando se dio cuenta de que no era un felino quien bebía y comía de sus platos, sino algo mucho más grande y extraño: era el arco iris, que hambriento y sediento por estar tanto tiempo de pie, decidió acercarse a comer y beber algo de unos platos aparentemente abandonados.
Diana suspendió sus ladridos y se disculpó con el arco iris. Él, que sabía todo lo que pasaba en el

Ella le movió el rabo a manera de despedida, sin tener la menor idea de lo que el arco iris le había dejado de regalo en su vientre.
Unos días después, Diana dio a luz siete hermosos y robustos cachorros blancos llenos de manchas como cualquier dálmata, pero todos ellos con una característica especial, regalo del amigable arco iris: sus manchas eran todas de diferentes colores, rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo y violeta.

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