Diana era una hermosa y cariñosa perra dálmata que esperaba bebés muy pronto. Como su barriga le pesaba mucho, dormía día y noche para reponerse del cansancio que el estar preñada le generaba.
Una tarde, después de la lluvia, la despertó un ruido cerca de donde tenía sus platos de agua y de comida. Pensó que era un gato aprovechado y salió corriendo a darle un susto, cuando se dio cuenta de que no era un felino quien bebía y comía de sus platos, sino algo mucho más grande y extraño: era el arco iris, que hambriento y sediento por estar tanto tiempo de pie, decidió acercarse a comer y beber algo de unos platos aparentemente abandonados.
Diana suspendió sus ladridos y se disculpó con el arco iris. Él, que sabía todo lo que pasaba en el mundo, le sonrió a su manera -abrillantando sus colores- y así agradeció a la perra que le hubiese permitido beber y alimentarse.
Ella le movió el rabo a manera de despedida, sin tener la menor idea de lo que el arco iris le había dejado de regalo en su vientre.
Unos días después, Diana dio a luz siete hermosos y robustos cachorros blancos llenos de manchas como cualquier dálmata, pero todos ellos con una característica especial, regalo del amigable arco iris: sus manchas eran todas de diferentes colores, rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo y violeta.
Los cachorros eran tan agradables y vistosos, que en pocos días la casa se llenó de niños que querían conocerlos. En muy poco tiempo todos ellos encontraron hogar y cariño, y así la orgullosa Diana volvió a la calma de la dulce convivencia con sus queridos amos, que todas las tardes, después de la lluvia, la sacaban a pasear para que saludase a su amigo el arco iris.
Una tarde, después de la lluvia, la despertó un ruido cerca de donde tenía sus platos de agua y de comida. Pensó que era un gato aprovechado y salió corriendo a darle un susto, cuando se dio cuenta de que no era un felino quien bebía y comía de sus platos, sino algo mucho más grande y extraño: era el arco iris, que hambriento y sediento por estar tanto tiempo de pie, decidió acercarse a comer y beber algo de unos platos aparentemente abandonados.
Diana suspendió sus ladridos y se disculpó con el arco iris. Él, que sabía todo lo que pasaba en el mundo, le sonrió a su manera -abrillantando sus colores- y así agradeció a la perra que le hubiese permitido beber y alimentarse.
Ella le movió el rabo a manera de despedida, sin tener la menor idea de lo que el arco iris le había dejado de regalo en su vientre.
Unos días después, Diana dio a luz siete hermosos y robustos cachorros blancos llenos de manchas como cualquier dálmata, pero todos ellos con una característica especial, regalo del amigable arco iris: sus manchas eran todas de diferentes colores, rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, índigo y violeta.
Los cachorros eran tan agradables y vistosos, que en pocos días la casa se llenó de niños que querían conocerlos. En muy poco tiempo todos ellos encontraron hogar y cariño, y así la orgullosa Diana volvió a la calma de la dulce convivencia con sus queridos amos, que todas las tardes, después de la lluvia, la sacaban a pasear para que saludase a su amigo el arco iris.
No hay comentarios:
Publicar un comentario