Néstor era un joven caracol filósofo que habitaba en el fantástico reino de Caracolia, un hermoso lugar perdido en la selva tropical. Vivía frustrado porque era lento, debilucho y tenía que permanecer siempre a ras del suelo, como todos sus compañeros de especie, en contraste con otras especies de animales con las que se convivía en la región.
Por ejemplo, estaba Aníbal, el espabilado ratón de campo que corría a grandes velocidades de aquí para allá, siempre buscando oportunidades para alimentarse y divertirse.
También estaba Ulises, el mundano colibrí que se colgaba del aire para chupar el néctar de una flor, para luego desplazarse a toda velocidad hacia otra planta y repetir el gustoso ejercicio.
Y estaba Orión, el poderoso jaguar de hermosa piel que, con sus grandes zancadas, alcanzaba a cualquier presa que pretendiese huir de él.
Con ese panorama, Néstor se sentía poca cosa, así que un día decidió acercarse a sus admirados amigos para que le enseñaran cómo era la vida fuera de Caracolia, con la intención de un día poder ser como ellos.
Así, le pidió a Aníbal que lo llevase a pasear en su lomo un rato para sentir el vértigo de la velocidad. Fue una maravillosa sensación al principio, pero de repente un pájaro hambriento decidió comerse al ratón, y ambos pasaron grandes angustias tratando de huir del ave escondiéndose aquí y allá. Por muy rápido que corriese Aníbal, más rápido volaba el pájaro. Finalmente el ave decidió abandonar su objetivo, y Néstor respiró profundo escondido con Aníbal entre las hojas de una planta. Fue entonces que se dio cuenta de que ser ratón era muy complicado y riesgoso.
Después le pidió a Ulises que lo montase en su lomo, para sentir el vuelo y ver el mundo desde arriba. La ligereza de desplazamiento del colibrí encantó a Néstor al principio, hasta que se dio cuenta de que el pajarillo tenía un metabolismo delicado que lo obligaba a volar y volar para nutrirse, sin oportunidad de detenerse a descansar. De hecho, era un esclavo de su propia naturaleza. Si dejaba de tomar néctar, moría de inanición. Fue testigo de la infelicidad del ave que no tenía más opción que seguir haciendo lo que estaba haciendo para toda la vida.
Después, Néstor le pidió a Orión que lo llevase en su lomo para poder disfrutar de la majestuosidad y potencia del depredador más poderoso de la selva. Un terrible rugido del jaguar hizo creer al joven caracol filósofo que todos los animales de la región huirían despavoridos de aquel impresionante sonido. Así era, en efecto, pero…de repente, Orión escucho un ruido extraño y amenazador: era un cazador humano en busca de pieles, quien lo había detectado por su poderoso rugido y lo estaba siguiendo despiadadamente. El jaguar se puso muy nervioso, y trató de huir desesperadamente. Las balas del cazador rozaban la cabeza del asustado felino, que logró escapar milagrosamente tras muchos minutos de angustia.
Después de esa experiencia, Néstor pidió a su amigo que lo regresase a Caracolia.
Así, nuestro amigo, el caracol filósofo, se dio cuenta de que ser lento no era necesariamente un defecto, sino posiblemente una virtud que le permitía meditar acerca de cada pequeño tramo que se recorre en la vida; que volar tenía sus ventajas, pero también muchos inconvenientes; y que de alguna manera el ser una criatura babosa y algo repelente, era una conveniente garantía de supervivencia bastante gratificante.
Néstor concluyó que ése había sido un día intenso y aleccionador, y decidió que era hora de dormir, dándose con ello cuenta de que, gracias a su concha portátil, los caracoles no dependían de madrigueras o nidos, sino que podían descansar en cualquier momento y lugar, bajo las espléndidas estrellas que alegraban la noche de Caracolia, lugar fantástico perdido en la selva tropical que seguramente muchos otros animales envidiaban.
Por ejemplo, estaba Aníbal, el espabilado ratón de campo que corría a grandes velocidades de aquí para allá, siempre buscando oportunidades para alimentarse y divertirse.
También estaba Ulises, el mundano colibrí que se colgaba del aire para chupar el néctar de una flor, para luego desplazarse a toda velocidad hacia otra planta y repetir el gustoso ejercicio.
Y estaba Orión, el poderoso jaguar de hermosa piel que, con sus grandes zancadas, alcanzaba a cualquier presa que pretendiese huir de él.
Con ese panorama, Néstor se sentía poca cosa, así que un día decidió acercarse a sus admirados amigos para que le enseñaran cómo era la vida fuera de Caracolia, con la intención de un día poder ser como ellos.
Así, le pidió a Aníbal que lo llevase a pasear en su lomo un rato para sentir el vértigo de la velocidad. Fue una maravillosa sensación al principio, pero de repente un pájaro hambriento decidió comerse al ratón, y ambos pasaron grandes angustias tratando de huir del ave escondiéndose aquí y allá. Por muy rápido que corriese Aníbal, más rápido volaba el pájaro. Finalmente el ave decidió abandonar su objetivo, y Néstor respiró profundo escondido con Aníbal entre las hojas de una planta. Fue entonces que se dio cuenta de que ser ratón era muy complicado y riesgoso.
Después le pidió a Ulises que lo montase en su lomo, para sentir el vuelo y ver el mundo desde arriba. La ligereza de desplazamiento del colibrí encantó a Néstor al principio, hasta que se dio cuenta de que el pajarillo tenía un metabolismo delicado que lo obligaba a volar y volar para nutrirse, sin oportunidad de detenerse a descansar. De hecho, era un esclavo de su propia naturaleza. Si dejaba de tomar néctar, moría de inanición. Fue testigo de la infelicidad del ave que no tenía más opción que seguir haciendo lo que estaba haciendo para toda la vida.
Después, Néstor le pidió a Orión que lo llevase en su lomo para poder disfrutar de la majestuosidad y potencia del depredador más poderoso de la selva. Un terrible rugido del jaguar hizo creer al joven caracol filósofo que todos los animales de la región huirían despavoridos de aquel impresionante sonido. Así era, en efecto, pero…de repente, Orión escucho un ruido extraño y amenazador: era un cazador humano en busca de pieles, quien lo había detectado por su poderoso rugido y lo estaba siguiendo despiadadamente. El jaguar se puso muy nervioso, y trató de huir desesperadamente. Las balas del cazador rozaban la cabeza del asustado felino, que logró escapar milagrosamente tras muchos minutos de angustia.
Después de esa experiencia, Néstor pidió a su amigo que lo regresase a Caracolia.
Así, nuestro amigo, el caracol filósofo, se dio cuenta de que ser lento no era necesariamente un defecto, sino posiblemente una virtud que le permitía meditar acerca de cada pequeño tramo que se recorre en la vida; que volar tenía sus ventajas, pero también muchos inconvenientes; y que de alguna manera el ser una criatura babosa y algo repelente, era una conveniente garantía de supervivencia bastante gratificante.
Néstor concluyó que ése había sido un día intenso y aleccionador, y decidió que era hora de dormir, dándose con ello cuenta de que, gracias a su concha portátil, los caracoles no dependían de madrigueras o nidos, sino que podían descansar en cualquier momento y lugar, bajo las espléndidas estrellas que alegraban la noche de Caracolia, lugar fantástico perdido en la selva tropical que seguramente muchos otros animales envidiaban.
1 comentario:
Qué espectáculo de aceptación animal... Crea que todo lo que escribis, aúnque parezca que sea para niños, sirve perfectamente para los adultos. Un fuerte abrazo para ti, amigo.
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