El espantapájaros se sentía muy solo. Aquel campo poco fértil había sido abandonado hacía varias temporadas, y él seguía ahí vigilándolo de manera absurda, pues no existían semillas qué proteger de las aves desde hacía mucho tiempo.
Sus envejecidos ropajes flojos y su ridículo sombrero, seguían siendo movidos por el viento con cierta frecuencia, pero no asustaba a nadie, pues nadie se paraba por aquellos lugares. Estaba de verdad triste.
Un día, sin embargo, apareció por ahí un pequeño vencejo migratorio que seguramente había extraviado su ruta. Se detuvo en un árbol cercano a descansar, sin percatarse de que el espantapájaros lo observaba fijamente.
“Hola, pájaro”, dijo el espantapájaros. “¿Estás extraviado?” ¿Te puedo ayudar en algo?”
El ave se quedó sorprendida de ver a tan extraña criatura, pues jamás había conocido un espantapájaros.
“Hola, desconocido. ¿Quién eres y por qué te vistes de manera tan extraña?”, contestó el vencejo.
“Soy un espantapájaros inútil y abandonado que ha perdido su razón de ser, pues por aquí ya nunca se paran los pájaros. Un espantapájaros que no espanta pájaros no puede ser un espantapájaros. Además de frustrado, me siento solo, abandonado.”
El ave, que era sensible y en cierta manera también víctima de la soledad, le ofreció ser su amiga y quedarse a vivir en el árbol vecino, para así acompañarse mutuamente.
Cuando ambas criaturas estaban a punto de sellar su pacto de eterna amistad, el celoso viento que escuchaba la plática sin dejarse sentir, soltó una fuerte ráfaga que movió violentamente el ropaje del espantapájaros. El vencejo, horrorizado, emprendió el vuelo para nunca más volver.
El espantapájaros sigue ahí, solo, abandonado y frustrado, soportando además los escarnios del maldito viento que aún no deja de reír.
Sus envejecidos ropajes flojos y su ridículo sombrero, seguían siendo movidos por el viento con cierta frecuencia, pero no asustaba a nadie, pues nadie se paraba por aquellos lugares. Estaba de verdad triste.
Un día, sin embargo, apareció por ahí un pequeño vencejo migratorio que seguramente había extraviado su ruta. Se detuvo en un árbol cercano a descansar, sin percatarse de que el espantapájaros lo observaba fijamente.
“Hola, pájaro”, dijo el espantapájaros. “¿Estás extraviado?” ¿Te puedo ayudar en algo?”
El ave se quedó sorprendida de ver a tan extraña criatura, pues jamás había conocido un espantapájaros.
“Hola, desconocido. ¿Quién eres y por qué te vistes de manera tan extraña?”, contestó el vencejo.
“Soy un espantapájaros inútil y abandonado que ha perdido su razón de ser, pues por aquí ya nunca se paran los pájaros. Un espantapájaros que no espanta pájaros no puede ser un espantapájaros. Además de frustrado, me siento solo, abandonado.”
El ave, que era sensible y en cierta manera también víctima de la soledad, le ofreció ser su amiga y quedarse a vivir en el árbol vecino, para así acompañarse mutuamente.
Cuando ambas criaturas estaban a punto de sellar su pacto de eterna amistad, el celoso viento que escuchaba la plática sin dejarse sentir, soltó una fuerte ráfaga que movió violentamente el ropaje del espantapájaros. El vencejo, horrorizado, emprendió el vuelo para nunca más volver.
El espantapájaros sigue ahí, solo, abandonado y frustrado, soportando además los escarnios del maldito viento que aún no deja de reír.
2 comentarios:
No hay viento que lleve para lejo un pájaro que sea fiel a su nuevo amigo. La naturaleza está hecha para destruir algunas cosas pero para construir otras.
Muy bién escrito amigo. Muy bién sentido también.
(Espero estar comentando en mejor castellaño, ahora estudio la gramática...)
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