sábado, 26 de abril de 2008

El honorable vendedor de sapos



Todos los atardeceres él se acercaba al pantano cercano al pueblo para cazar sapos. Llegaba a su casa de noche y cansado, pero no dormía hasta que el último de los animalejos hubiese sido preparado con todo cuidado e higiene para que sus clientes pudiesen comerlos sin riesgos. Su habilidad preparándolos era tal, que la gente en el mercado, al día siguiente, prácticamente le arrebataba la mercancía.

Desde luego, él la vendía como carne de pollo, pues nadie en su sano juicio se hubiese atrevido a comer los asquerosos sapos del pantano. La gente le creía, sobre todo por el delicioso sabor y la tersura de la carne, y todo el pueblo estaba encantado con los bajísimos precios de este mercader.

El vendedor de sapos –de haberlo querido-hubiese podido ganar mucho más dinero cazando más animales, pero era consciente de que nadie ganaba –ni él, ni sus clientes, ni la naturaleza- abusando del recurso.

Igualmente, dormía tranquilo al engañar a sus clientes, pues sabía de sobra que la carne de sapo era más proteínica que la de pollo, y que gracias a los precios que podía darles, la gente de bajos recursos del pueblo se nutría adecuadamente.

Un día, ya muy viejo, murió el comerciante sin que nadie hubiese jamás descubierto su secreto.
Dios, allá arriba, bendijo al fraudulento vendedor de sapos, felicitándolo por la honorable manera en que se había ganado la vida.

1 comentario:

Joice Worm dijo...

Pienso que la suerte de él fue el povo no tener descobierto la fraude. Mejor así. El destino fue más tranquilo...