sábado, 26 de abril de 2008

El alacrán tibetano

En un imperdonable error instintivo, quedó expuesto a ser pisado por aquel descomunal ser humano. Contrajo su cuerpo todo lo que pudo para minimizar el inminente y terrible dolor de sentir como su esencia material sería aplastada para siempre por una dura e implacable sandalia.

Sorprendentemente no ocurrió nada de eso, sino que aquel extraño hombre lo puso con todo cuidado en sus manos y lo sacó de su habitación, colocándolo con toda la dulzura posible en una jardinera en el exterior. Quedó muy desconcertado, pues esa no era –definitivamente- la suerte acostumbrada para los alacranes.

Desde ese día se dedicó a espiar las actividades mundanas de ese extraño ser que lo había perdonado. Así se dio cuenta de que ese hombre pensaba diferente respecto a los seres vivos. Supo que los humanos autollamados budistas respetaban la vida en cualquiera de sus apariencias, independientemente de que los animales fuesen ponzoñosos, sucios o antipáticos.

Convencido del valor de esa filosofía existencial, el alacrán decidió nunca más utilizar su veneno, además de convirtirse en vegetariano.

Corre, entre los habitantes del Tibet, el rumor de que hay un respetable alacrán de color verde esmeralda que juega con los niños en el parque, y que al anochecer acompaña a los monjes en sus rezos en el sagrado templo de Tashi Lumpo.

1 comentario:

Joice Worm dijo...

Puede creer que yo ya conté esta história tuya para amigos mios??
Es una buena história filósofica.