
Su estampa era temible. Sus ojos penetraban la oscuridad total, brillando fulgurantemente cuando alguna luz o lucero atravesaba su camino.
Era un macho alfa imponente. Todas las hembras de su territorio lo buscaban.
Sus fauces eran enormes, mostrando colmillos grandes y filosos.
Su pelo negro lo hacía ver tenebroso.
Sus aullidos ante la luna llena horrorizaban a todas las demás bestias de aquel bosque, que huían a esconderse cuando veían su silueta en la peña más alta.
Pero en el fondo de su corazón, él era manso: prefería las croquetas del supermercado a la carne cruda, y envidiaba a los perros del guardabosque que no tenían que cazar para comer, y que constantemente recibían palmadas y caricias de su amo.

Una mañana de invierno, aburrido de pasar frío, decidió convertirse en perro.
Era un macho alfa imponente. Todas las hembras de su territorio lo buscaban.
Sus fauces eran enormes, mostrando colmillos grandes y filosos.
Su pelo negro lo hacía ver tenebroso.
Sus aullidos ante la luna llena horrorizaban a todas las demás bestias de aquel bosque, que huían a esconderse cuando veían su silueta en la peña más alta.
Pero en el fondo de su corazón, él era manso: prefería las croquetas del supermercado a la carne cruda, y envidiaba a los perros del guardabosque que no tenían que cazar para comer, y que constantemente recibían palmadas y caricias de su amo.

Una mañana de invierno, aburrido de pasar frío, decidió convertirse en perro.
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