domingo, 2 de marzo de 2008

La deserción de las cigüeñas


Tal vez sea consecuencia del cambio climático, tal vez de cuestionables avances tecnológicos de nuestra ingeniosa humanidad, pero entre tantas novedades que nos brinda la vida moderna, hay una que para mí fue (y sigue siendo) muy importante.

Yo no fui producto de un acto sexual ni de un embarazo. A mí me trajo al mundo una cigüeña parisina.

Atravesó el Atlántico, y me depositó con mucho cuidado en brazos de mi madre en un sanatorio general con sala de maternidad. Tal vez por eso, por la dulzura de la cigüeña y las benignas brisas del Océano Atlántico, siempre estoy de buen humor, aunque podría haber otras explicaciones.

Como sea: los niños modernos nacen de un acto sexual y un embarazo. Tal vez por eso hay tantas neurosis y terrorismo en este mundo: ¿hace falta acaso el dulce balanceo del aleteo atlántico de una dulce y amorosa cigüeña?

Hoy las cigüeñas que transportan bebés desde París a las madres en todo el planeta casi no existen. La cigüeña transportadora de ilusiones es una especie en extinción, como otras tantas.

Yo reservo en mi espacio afectivo un lugar muy importante para esas maravillosas aves. Una de ellas es mi segunda madre.

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