sábado, 1 de marzo de 2008

Amiana



La xanas son ninfas de agua dulce con morfología humana. Son de pequeña estatura, extraordinaria belleza física y larga melena rubia. Pertenecen a la mitología celta (Irlanda, Asturias y Galicia). Hay suficientes elementos para creer en su existencia, pero nadie ha logrado jamás demostrarlo.


Se llamaba Amiana.

La conocí cuando yo era muy joven, una noche de San Juan, al regresar caminando solo a mi aldea. Decidí detenerme a beber agua en un pequeño manantial que conocía. Ella estaba ahí, hermosa, semidesnuda, peinándose su larga y rubia cabellera rubia.

Al principio no me di cuenta de que era una xana. Pensé que era tan sólo una bellísima mujer refrescándose tras un caluroso día veraniego. Me sorprendió que no se vistiese al verme llegar, y mucho más de que no huyese de mí. Nunca lo hizo. Todo lo contrario: sus ojos se clavaron en los míos, y su deliciosa boca me dedicó la sonrisa más bella que jamás había observado en una mujer.

Esa sonrisa irresistible me hizo amarla a primera vista. Me extendió su fina mano sin decir una palabra. Me llevó a un lugar cercano, y a la luz de la luna de aquel junio hicimos el amor muchas veces, como nunca lo había hecho. Todo era mágico.

Mientras yo supuse ingenuamente que ella era humana, viví el momento más maravilloso de mi existencia. Después, con la misma amorosa sonrisa con que me había enamorado, ella me confesó que era una xana.

En mi enorme desconcierto por haber tenido un romance inconcebible con una criatura fantástica de cuya existencia siempre había dudado, me dijo que estaba contenta como nunca, que yo era su primera experiencia humana, que había sido gratísima. Enseguida me dijo que estaba embarazada de mí, que pronto tendría una xanina mía que perpetuaría su especie en extinción, que siempre me amaría.

Agradeció mi circunstancial compañía y se disipó irremisiblemente con los rayos de la luna llena.

Me dejó un recuerdo grato e imborrable. Lamentablemente jamás la volví a ver, y sé que ninguna mujer se comparará jamás con aquella extraordinaria experiencia.

Hoy, después de muchos años de aquella inolvidable y casi increíble vivencia, mis amigos de la aldea –que jamás creyeron mi historia- me consideran un loco, un absurdo enamorado del halo de la luna veraniega.

Ellos –infelices- no saben que Amiana, en las noches de luna llena, me hace llegar su aliento, su sonrisa, su nostalgia.

No hay comentarios: