viernes, 24 de febrero de 2012
La roca y el árbol
Ella tenía casi un millón de años de edad. Era producto de la erupción de un enorme volcán en las cercanías. Primero fue parte de un candente torrente de lava que se enfrió al entrar en contacto con un río. Una vez solidificada, una serie de sismos la hicieron rodar hacia aquella ladera en donde había pasado toda su vida.
Durante la mayor parte de su existencia vivió sola, excepto por la presencia de algunos líquenes circunstanciales que nacían, crecían y morían sobre su superficie.
De repente algún pájaro, insecto o serpiente la rozaban, pero jamás estableció con ellos una relación significativa, hasta que un día ocurrió un evento aparentemente insignificante que habría de darle razón a su existencia.
Fue un atardecer mágico en el que un ave dejó caer sobre su superficie una extraña semilla.
La roca no percibió aquel evento, pero después de unos cuantos días lluviosos, notó una extraña sensación: una prematura raíz vegetal se prendió de uno de sus recovecos. De alguna manera, la enorme piedra supo que algo sensacional estaba ocurriendo en su superficie.
Pocos días después, la roca empezó a agradecer la presencia de aquella raíz que la penetraba y la abrazaba. Olvidó enseguida el millón de años de soledad en que había vivido, y se dedicó a brindar al pequeño arbusto todo su amor.
En unos meses, el arbusto ya estaba bien arraigado sobre la roca, y sentía la seguridad que ésta le brindaba. Cada raíz que de él surgía se acomodaba sobre la superficie de la roca como una señal de agradecimiento, como una caricia.
Pronto el arbusto se convirtió en árbol, y sus raíces abrazaron completamente a la orgullosa roca, que finalmente se dio cuenta de lo importante de su presencia, de su solidez, de su fortaleza. Sabía que él dependía de ella totalmente, lo que le hacía sentirse inmensamente responsable por aquel vegetal que la vida y las circunstancias le habían regalado como compañero.
Ella se convirtió en la más feliz de las rocas, y el árbol compartía esa sensación.
Aquella extraña relación entre criaturas del reino mineral y vegetal duró cuatrocientos años, hasta que un rayo maldito incendió al árbol.
Como sea, la roca supo que su función existencial se había cumplido. Lloró al árbol un par de milenios, pero siempre supo que aquello había sido lo mejor que le pudo pasar en su vida.
Finalmente la erosión y el tiempo acabaron pulverizando a la roca, y de aquel extraño y enorme romance entre criaturas disímbolas, hoy no queda nada, excepto en la memoria de la Tierra, nuestro sabio planeta, que supo de aquel encuentro y lo disfrutó enormemente.
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