sábado, 11 de febrero de 2012
El acariciador de perros
Es posible que sus manos fueran mágicas, o que su extraordinario amor por los perros le hubiese generado habilidades extraordinarias en ese sentido. Nunca se supo.
El hecho es que aquel hombre de blanca cabellera y piel arrugada era especial, y que la mayor parte de los perros lo percibía a cierta distancia.
Ningún humano sabía quién era, ni dónde vivía, ni conocía sus motivaciones. Para ellos, aquel anciano no era importante. Lo veían caminar de aquí para allá, pero su vida les resultaba irrelevante.
Él solía caminar solo por las calles y carreteras, disfrutando del paisaje, de la vida, pero siempre estaba pendiente de que sobre la marcha apareciese alguna de esas maravillosas y nobles criaturas tan ávidas de afecto, de compañía humana.
Algunos perros le labraban o pretendían morderlo, pero él sabía que eso no era más que el producto de un instinto territorial que se resolvía con un simple contacto de su mano con la cabeza del noble animal. Jamás ningún perro lo lastimó. Todos ellos acababan bajando la cabeza admirándolo y disfrutándolo.
Una vez que se daba ese contacto maravilloso e inexplicable, la actitud de los perros cambiaba completamente. Los mágicos dedos de aquel hombre comunicaban ternura, afecto, sensaciones táctiles increíbles. Ningún animal se resistía.
Un día aquel hombre apareció muerto en una cuneta. No mostraba huellas de asesinato, de violencia. Simplemente falleció de ancianidad.
Al lado de su todavía tibio cadáver, había una decena de perros echados acompañándolo, pero esto también pasó desapercibido para los insensibles humanos.
Esa noche, mientras el forense local dictaminaba la muerte por ancianidad del desconocido cadáver, cientos de perros aullaban comunicándose entre ellos la enorme tragedia: el maravilloso acariciador de perros había dejado de existir.
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