
Aquella lluviosa mañana de otoño supe que mi bache -aquél en el que caí a diario durante tantos años- ya no estaba. Por lo visto, alguien en la cabecera municipal decidió que así fuera.
Otros baches aparecieron en mi vida, en distintas calles y avenidas, pero los recuerdos de aquél que fastidió varias veces los neumáticos y la suspensión de mi auto, nunca quedaron atrás.
¡Te extrañaré por siempre, bache mío!
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