domingo, 11 de julio de 2010

La dama del metro


Era una belleza que generaba el silencio cada vez que subía al vagón del metro en las horas pico, con su ropa provocativa, su mirada coqueta y su agradable sonrisa.

Nunca faltaba el turbio galán de cualquier edad y condición que se acercaba a ella para oler su perfume, para rozarla, para verla de muy cerca, para arrimarse sin contemplaciones.

Por las noches, ella revisaba las carteras y contaba el dinero que había sustraído a los muchos incautos que habían osado rozarla.

Su contabilidad personal era muy sencilla: el 20% era para pagar la renta de su lujoso departamento; otro 20% era para alimentarse con comida sana y nutritiva; otro 20% era para vacacionar tres meses al año en lugares remotos encantadores; y el resto era para mantener activo su particular negocio, comprando boletos de metro y ropa, mucha ropa; ropa ajustada, ropa provocativa.

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