
Era una belleza que generaba el silencio cada vez que subía al vagón del metro en las horas pico, con su ropa provocativa, su mirada coqueta y su agradable sonrisa.
Nunca faltaba el turbio galán de cualquier edad y condición que se acercaba a ella para oler su perfume, para rozarla, para verla de muy cerca, para arrimarse sin contemplaciones.
Por las noches, ella revisaba las carteras y contaba el dinero que había sustraído a los muchos incautos que habían osado rozarla.
Su contabilidad personal era muy sencilla: el 20% era para pagar la renta de su lujoso departamento; otro 20% era para alimentarse con comida sana y nutritiva; otro 20% era para vacacionar tres meses al año en lugares remotos encantadores; y el resto era para mantener activo su particular negocio, comprando boletos de metro y ropa, mucha ropa; ropa ajustada, ropa provocativa.
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