sábado, 13 de febrero de 2010

El Señor de los Aparatos Electrónicos


Todo empezó un día en que un buen hombre llamado Emilio no pudo encender el televisor de su oficina. El problema era sencillo, pero a él no se le ocurrió la solución, así que recurrió al viejo truco de golpear el aparato con insultos. Finalmente el televisor, ante semejante oprobio, optó por encenderse sin más, pero…

…cerca de ahí estaban la fotocopiadora, el fax, el DVD, el ordenador, la lap top y el escáner. Todos vieron lo ocurrido, dirigiéndose indignadas miradas entre ellos.

En el lenguaje propio de los aparatos electrónicos contemporáneos, decidieron apoyar al televisor, así que conspiraron un rato largo antes de tomar sus decisiones.

Al día siguiente, Emilio se puso temprano a trabajar.

Lo primero que hizo fue intentar fotocopiar unos documentos. El primero salió bien, aunque un poco bajo de tono. Hizo el cambio de cartucho de tinta, pero la segunda copia generó un atasco de papel. Una vez resuelto lo anterior, la fotocopiadora se apagó de manera misteriosa.

El hombre, que había amanecido de buen humor, dejó las fotocopias faltantes para más adelante, así que decidió escanear unos documentos que debía enviar temprano a su jefe. El escáner funcionaba bien, pero su ordenador se negaba a recibir el documento escaneado. Estuvo casi una hora intentándolo, hasta que logró investigar la causa. Corrigió el problema en el ordenador, pero enseguida fue el escáner el que no quiso encender.

Emilio se empezó a alterar, así que decidió calmarse escuchando la sinfonía 40 de Mozart que tenía por ahí en algún lugar. Tardó en encontrar el disco, seguramente porque éste había decidido solidarizarse con el resto del equipo electrónico. Cuando lo encontró y lo colocó en la correspondiente ranura, el disco se atoró. No hubo forma de sacarlo o acabar de meterlo: el DVD simplemente se negaba a funcionar.

Entonces el hombre empezó a perder la calma, pero conteniéndola, decidió antes enviar un par de correos a su principal cliente. Sorprendentemente, el correo se negó a salir de su ordenador. Esperó un largo rato para ver si lo lograba, pero nada.

Fue entonces que empezaron a volar aparatos electrónicos. El hombre, completamente energumenizado, empezó a golpearlos y patearlos, a estrellarlos contra las paredes, a proferir insultos en voz alta.

Los gritos llegaron a la oficina vecina, de la cual salió un compañero extrañado del escándalo, para ver qué pasaba. Logró calmar al alterado, quien procedió a contarle a su vecino de oficina, con todo detalle, lo que le ocurría.

Éste se puso a ayudarlo, y todo mejoró: los correos electrónicos salieron; la fotocopiadora sacó lo que se requería con excelente calidad; el escáner y el ordenador se sincronizaron estupendamente; el DVD empezó a funcionar sin que nada se le hubiese hecho…

Fue entonces que el infeliz Emilio se atrevió a preguntarle a su vecino si tenía alguna idea de lo que estaba ocurriendo con él o con sus torpes manos.

La respuesta del oficinista de al lado fue que debía colocar a diario algo comestible y delicioso a modo de ofrenda al Señor de los Aparatos Electrónicos en algún lugar oculto, pues era éste –y nadie más que éste- quien se encargaba de conjurar maleficios en su reino. Era una deidad absoluta muy respetada por sus súbditos.

A partir del día siguiente, Emilio empezó a llevar a diario una tortilla de patata como ofrenda para aquella extraña divinidad de las oficinas contemporáneas, ocultándola apropiadamente según las instrucciones del vecino.

Los aparatos jamás volvieron a darle problemas, aunque a Emilio le quedó la duda acerca de quién en realidad se comía la tortilla de patata.

Tras de varios días de dudas, pero satisfecho porque todos los aparatos electrónicos le respondían adecuadamente, decidió creer fielmente en aquel increíble dios de la modernidad, el Señor de los Aparatos Electrónicos.

No hay comentarios: