viernes, 26 de junio de 2009
Vacaciones de mí mismo
Un día decidí tomarme unas largas vacaciones de mí mismo…
…sin mi vieja bata y pantuflas; sin mis absurdas preocupaciones; sin mis inútiles principios; sin mis trillados paradigmas; sin mis fastidiosas neurosis; sin mis viejas mañas; sin mis erradas conclusiones; sin mis anticuadas costumbres; sin mi fastidiosa arrogancia; sin mis inútiles recuerdos; sin mi ética llena de excepciones; sin mi eterno escepticismo; sin mis sobados argumentos…sin mi retorcida esencia.
Y a pesar de que la pasé muy bien, muy pronto la implacable vida me trajo de regreso a mi patética situación de siempre.
martes, 16 de junio de 2009
El cibertriángulo
Ella se casó enamorada, como lo hacen la mayoría de las parejas jóvenes. Por su cerebro jamás pasó la palabra infidelidad, sino todo lo contrario: era una entusiasta de la pareja, de la eterna felicidad conyugal.
Pasó varios años encantada, apostando por su compañero, hasta que un día, sin esperarlo, apareció el otro: una amiga cercana, no consciente del daño que iba a causar, fue la responsable.
Así, Francisca fue invitada por su amiga a conocer la Internet, y en particular le sugirió, para que desarrollara sus capacidades intelectuales y artísticas, disponer de uno de esos postmodernos y fascinantes entes que conocemos como blogs, extensiones cibernéticas de nuestras almas y sentimientos, lugares íntimos y públicos al mismo tiempo, en donde mostramos al universo quiénes somos, como pensamos y cómo sentimos.
Aunque Francisca era tímida para externar sus opiniones, sentimientos y afectos, aquel nuevo e inesperado lugar personal en la web la sedujo, mucho más de lo que hubiera podido hacerlo un nuevo compañero.
Ella, sin darse cuenta, empezó a dedicarle más horas a la intimidad de su blog que a su marido y a sus hijos. No se daba cuenta de que aquello se convertía poco a poco en una dependencia, en un vicio, algo que ejercía en ella una atracción extraordinaria.
En su ingenua ignorancia, y partiendo de la base subjetiva de que lo publicado en su blog eran temas bellos, cultos y afectivos, se sentía muy orgullosa de su nuevo amante.
Llegó el día, sin embargo, en que su marido le hizo –con toda razón- algunos leves reclamos acerca del abandono de ciertas actividades del hogar y la familia. Ella lo interpretó como celos injustificados, así que lo invitó a conocer la íntima belleza de su blog. Eso debía ser suficiente para que la comprendiera…Le dio la dirección web de su sitio en la Internet:
www.confesionesintimasdefrancisca.blogspot.com
esperando que el preocupado esposo lo leyese y la admirase por tanta belleza ahí contenida.
El marido era un hombre muy ocupado, y de alguna manera ignoró la invitación de Francisca, quien, tras de insistir varias veces, empezó a sentirse frustrada, traicionada, abandonada.
Durante varios meses ella esperó en vano una visita conyugal a su blog, pero no: él seguía inmerso en sus obligaciones cotidianas.
Las cosas se fueron tensando, al extremo de que la frustrada Francisca empezó a suponer que su marido había dejado de quererla, que la ignoraba y menospreciaba.
Fue entonces que ella concluyó que en su vida no cabían dos amores. Uno de ellos sobraba, y decidió que éste era su marido: su blog no le daba más que enormes satisfacciones cada día.
Y así fue que, una ociosa tarde de verano, Francisca decidió poner cianuro en la sopa de su marido, pensando que con su muerte, ella podría disfrutar más tiempo de su querido y maravilloso blog el resto de su vida.
Después de la cena, mientras el cianuro surtía su efecto, ella pidió a su esposo de una manera caramelosa y seductora que leyese en ese momento tan sólo la última publicación en su blog, mientras ella salía un momento a la calle a ver a la vecina.
Él lo hizo, y lo que leyó lo impactó:
MARIDITO:
TENGO QUE CONFESARTE QUE TE ENGAÑO DESDE HACE VARIOS AÑOS CON MI BLOG.
YO SOY UNA MUJER FIEL, INCAPAZ DE TENER DOS AMORES. UNO DE LOS DOS SOBRA EN MI VIDA, Y ÉSE…ERES TÚ.
EN CUESTIÓN DE UN PAR DE MINUTOS YA NO EXISTIRÁS. TUVISTE TU OPORTUNIDAD, PERO UN BLOG ES UN BLOG. TÚ NO COMPITES.
BESITOS, CARIÑO.
Un instante después, el marido de Francisca caía fulminado al piso.
El forense nunca pudo determinar si la muerte de éste había sido por envenenamiento debido a las leves trazas de cianuro halladas en la sangre del difunto, o por un infarto del miocardio, producto de un enorme disgusto, hipótesis que sugirió como la más probable.
Ante la anterior incertidumbre, el juez absolvió a Francisca del cargo de homicidio doloso.
El fiscal nunca supo cómo presentar un caso de asesinato pasional en contra de un blog involucrado en un extraño triángulo amoroso.
Francisca vivió un enorme romance durante muchos años con su amor cibernético.
miércoles, 10 de junio de 2009
Reivindicando a las veletas
domingo, 7 de junio de 2009
Corriendo tras de Mariana
Apenas tenía seis años cuando por primera vez fui a la escuela. Todo era nuevo, diferente, desconcertante. Nunca había imaginado que existieran tantos niños. Aquello me generaba una especie de mareo, de atosigamiento, y de repente…
Fue un extraño sentimiento
cuando conocí a Mariana.
Era una niña tan dulce
que me alegró la mañana.
A esa edad los sentimientos se mezclan, se confunden. No hay forma de entenderlos. Odiaba a Mariana porque me alteraba, porque me sentía obligado a verla, a seguirla, así que, ante una total falta de opciones producto de mi inexperiencia, decidí molestarla, perseguirla…
Era tanto el desconcierto,
algo que no imaginaba.
Corriendo tras de Mariana.
a diario me la pasaba.
Ella se extrañaba de mi agresivo comportamiento, pero sus sentimientos no diferían en nada de los míos. Se sentía atraída por la magia de aquel inesperado e inexperto acosador, el primer pretendiente de su vida. Por lo menos eso supongo hoy, muchos, muchos años después.
La peinaban con caireles;
y su blusa almidonaban.
Era una niña preciosa,
que sus padres adoraban.
Transcurrió la escuela primaria. Nunca logramos Mariana y yo superar mi acoso, las risas nerviosas, la aparente indiferencia, el negar a los amigos y amigas que sentíamos algo el uno por el otro. El último día de clases, ella, tal vez más madura por el hecho de ser mujer, asumió una responsabilidad de lo que yo era incapaz: se me acercó y me dijo que le gustaba mucho. Me dio un beso en la mejilla, al que yo no supe reaccionar más allá de ruborizarme y quedarme inmóvil.
Aquel beso de Mariana
mucho me había de afectar,
pues pasaron muchos años,
y nunca lo pude olvidar.
La vida es complicada y caprichosa. Nos perdimos cada uno en nuestro mundo. Ambos tuvimos amores y amistades. Vivimos muchas experiencias. Aprendimos a base de golpes y frustraciones. Dejamos atrás el acné, los bailes de quinceañeras, las parrandas de adolescentes, las fiestas en pijama, nos enfrentamos a la presión de los estudios, a la admisión a la universidad, a muchas cosas. Fue entonces que, mientras preparaba un examen en la biblioteca de la facultad….
Una tarde en que estudiaba
a la luz de una ventana
al levantar la mirada
me encontré con mi Mariana
Aquel encuentro fue impactante para mí, y supongo que también para ella. Se había convertido en una mujer muy atractiva. Se sonrojó al verme, y para disimularlo me regaló una hermosa sonrisa. Quise besarla instintivamente, pero enseguida vi que cerca de ella estaba un joven, un novio celoso que, dándose cuenta de nuestra fulminante atracción, se la llevó lejos del lugar inmediatamente. No pudimos ni despedirnos. Algo me pidió correr tras ella –lo acostumbrado en nuestra relación anterior-, pero mi inteligencia me dijo que solamente le generaría problemas. La vi alejarse con tristeza.
De ese encuentro inesperado
fue muy grande impresión:
La tristeza me agobiaba
y me dolió el corazón.
Una vez más nos separaron los años. Ambos nos casamos con otros, hicimos nuestra vida. Tuvimos hijos. Ella enviudó joven, aunque yo nunca lo supe. Como quiera que hubiese sido, yo estaba casado y enamorado de mi esposa, así que los recuerdos de María se difuminaron en mi cerebro, pero jamás, nunca jamás la olvidé.
El beso de aquella niña
yo nunca pude olvidar.
El sonrojo de la joven
siempre quise recordar.
Un día falleció mi esposa. El golpe para mí fue tremendo, después de cuarenta años de casado. Decidí jubilarme. Fue entonces que me enfermé de las piernas, que dejé de caminar por mis propios medios. Primero fueron unas muletas, y finalmente compré una silla de ruedas. Unos años después decidí que era el momento de vivir en un lugar para ancianos. Encontré uno que era mixto, agradable, lleno de jardines y flores. Se llamaba Villa de Montaña. Y ahí, en esas agradables condiciones, una tarde de verano, de manera inesperada, de nuevo apareció Mariana en mi vida.
De nuevo hemos coincidido,
en la Villa de Montaña.
Ahora ando en silla de ruedas…
…corriendo tras de Mariana.
Mariana es una anciana muy bonita. A pesar de sus canas y sus arrugas, sigue siendo la bella niña y la atractiva mujer que yo recordaba. Nos relacionamos enseguida sin tener que pensarlo mucho. Ahora vivimos juntos, felices, en un cuarto matrimonial dentro del asilo. Todas las tardes, ella me saca a pasear por los aromosos jardines, me lee libros, me consiente. Finalmente, aquel sorprendente y frustrado amor infantil, encontró, de manera inesperada, su camino en la vida.
Con el corazón contento
despierto cada mañana,
pues me he pasado la vida
corriendo tras de Mariana.
Fue un extraño sentimiento
cuando conocí a Mariana.
Era una niña tan dulce
que me alegró la mañana.
A esa edad los sentimientos se mezclan, se confunden. No hay forma de entenderlos. Odiaba a Mariana porque me alteraba, porque me sentía obligado a verla, a seguirla, así que, ante una total falta de opciones producto de mi inexperiencia, decidí molestarla, perseguirla…
Era tanto el desconcierto,
algo que no imaginaba.
Corriendo tras de Mariana.
a diario me la pasaba.
Ella se extrañaba de mi agresivo comportamiento, pero sus sentimientos no diferían en nada de los míos. Se sentía atraída por la magia de aquel inesperado e inexperto acosador, el primer pretendiente de su vida. Por lo menos eso supongo hoy, muchos, muchos años después.
La peinaban con caireles;
y su blusa almidonaban.
Era una niña preciosa,
que sus padres adoraban.
Transcurrió la escuela primaria. Nunca logramos Mariana y yo superar mi acoso, las risas nerviosas, la aparente indiferencia, el negar a los amigos y amigas que sentíamos algo el uno por el otro. El último día de clases, ella, tal vez más madura por el hecho de ser mujer, asumió una responsabilidad de lo que yo era incapaz: se me acercó y me dijo que le gustaba mucho. Me dio un beso en la mejilla, al que yo no supe reaccionar más allá de ruborizarme y quedarme inmóvil.
Aquel beso de Mariana
mucho me había de afectar,
pues pasaron muchos años,
y nunca lo pude olvidar.
La vida es complicada y caprichosa. Nos perdimos cada uno en nuestro mundo. Ambos tuvimos amores y amistades. Vivimos muchas experiencias. Aprendimos a base de golpes y frustraciones. Dejamos atrás el acné, los bailes de quinceañeras, las parrandas de adolescentes, las fiestas en pijama, nos enfrentamos a la presión de los estudios, a la admisión a la universidad, a muchas cosas. Fue entonces que, mientras preparaba un examen en la biblioteca de la facultad….
Una tarde en que estudiaba
a la luz de una ventana
al levantar la mirada
me encontré con mi Mariana
Aquel encuentro fue impactante para mí, y supongo que también para ella. Se había convertido en una mujer muy atractiva. Se sonrojó al verme, y para disimularlo me regaló una hermosa sonrisa. Quise besarla instintivamente, pero enseguida vi que cerca de ella estaba un joven, un novio celoso que, dándose cuenta de nuestra fulminante atracción, se la llevó lejos del lugar inmediatamente. No pudimos ni despedirnos. Algo me pidió correr tras ella –lo acostumbrado en nuestra relación anterior-, pero mi inteligencia me dijo que solamente le generaría problemas. La vi alejarse con tristeza.
De ese encuentro inesperado
fue muy grande impresión:
La tristeza me agobiaba
y me dolió el corazón.
Una vez más nos separaron los años. Ambos nos casamos con otros, hicimos nuestra vida. Tuvimos hijos. Ella enviudó joven, aunque yo nunca lo supe. Como quiera que hubiese sido, yo estaba casado y enamorado de mi esposa, así que los recuerdos de María se difuminaron en mi cerebro, pero jamás, nunca jamás la olvidé.
El beso de aquella niña
yo nunca pude olvidar.
El sonrojo de la joven
siempre quise recordar.
Un día falleció mi esposa. El golpe para mí fue tremendo, después de cuarenta años de casado. Decidí jubilarme. Fue entonces que me enfermé de las piernas, que dejé de caminar por mis propios medios. Primero fueron unas muletas, y finalmente compré una silla de ruedas. Unos años después decidí que era el momento de vivir en un lugar para ancianos. Encontré uno que era mixto, agradable, lleno de jardines y flores. Se llamaba Villa de Montaña. Y ahí, en esas agradables condiciones, una tarde de verano, de manera inesperada, de nuevo apareció Mariana en mi vida.
De nuevo hemos coincidido,
en la Villa de Montaña.
Ahora ando en silla de ruedas…
…corriendo tras de Mariana.
Mariana es una anciana muy bonita. A pesar de sus canas y sus arrugas, sigue siendo la bella niña y la atractiva mujer que yo recordaba. Nos relacionamos enseguida sin tener que pensarlo mucho. Ahora vivimos juntos, felices, en un cuarto matrimonial dentro del asilo. Todas las tardes, ella me saca a pasear por los aromosos jardines, me lee libros, me consiente. Finalmente, aquel sorprendente y frustrado amor infantil, encontró, de manera inesperada, su camino en la vida.
Con el corazón contento
despierto cada mañana,
pues me he pasado la vida
corriendo tras de Mariana.
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