miércoles, 28 de mayo de 2008

La tribu de las mujeres solas

Manuel llegó a aquel bar cansado de trabajar. Era un agente viajero exitoso, pero fastidiado de estar tanto tiempo lejos de casa. Necesitaba un trago y alguna compañía.

Como anillo al dedo estaba aquella belleza morena sentada en una mesa cerca de la banda cuya agradable música animaba el lugar. Ambos se sonrieron, así que Manuel le pidió que la dejase sentar en su mesa. La respuesta fue una enorme sonrisa enseñando una hermosa dentadura blanca.

Platicaron un rato, bailaron hasta el cansancio, y ella –de nombre Cristina- le propuso acercarse a la distancia del beso. Era, definitivamente, provocadora.

Tras de varios minutos de besarse y tocarse el cuerpo mutuamente en aquel oscuro bar de música suave y rítmica, ella le propuso ir a su pequeño pueblo en la selva cercana, a tener sexo de una manera especial e inesperada, a cambio de una simple condición: no hacer preguntas.
Manuel aceptó encantado, y ambos salieron, en el jeep de Cristina, hacia un desconocido lugar más allá de los frondosos árboles que rodeaban a la ciudad. Llegaron en poco tiempo. El lugar era bello, aislado, rodeado de una vegetación espléndida, con ruidos de animales tropicales que motivaban.

En ese precioso lugar vivían solamente Cristina y otras cinco mujeres, de varias razas, todas ellas bellas y sensuales, quienes le dieron la bienvenida de manera especial al excitado visitante. Todas vestían ropa ligera, y acariciaron a Manuel ante la permisiva y sonriente Cristina, quien se veía feliz por haber llevado a ese guapo viajero a su aldea.

Esa noche Manuel tuvo increíble sexo simultáneo con dos de ellas, Cristina y Mariana, pero fue advertido que sería compartido por todas las demás en los próximos días. Aquello le resultaba increíble y muy excitante. Hubiese querido saber de qué se trataba, pero todo se veía sensacional, además de que había prometido no hacer preguntas. Simplemente decidió dejarse llevar por la situación.

Por la mañana, tras de despertar abrazado por Cristina y Mariana, fue dulcemente acariciado por la bella Toña, con quien tuvo sexo matinal antes de probar un delicioso desayuno con jugos de excitantes frutas para él desconocidas.

Más tarde aparecieron Luisa y María Inés, quienes lo tomaron dulcemente de la cintura, llevándolo a otra de las cabañas para volverlo loco con sus habilidades sexuales.

A medio día, antes de comer, apareció ante él, casi desnuda, la bella Florencia, para pervertirlo dulcemente con una forma nueva de tener sexo, algo de verdad divino.

La comida con las seis mujeres fue muy agradable. De nuevo, las deliciosas frutas y hierbas desconocidas, todas ellas afrodisíacas, llevaron a Manuel a una excitación sexual profunda, por lo que el postre fue un ritual erótico en el que participaron todas las mujeres excepto Florencia, quien parecía ser el plato fuerte entre mil delicias.

Pasaron así varios días en los que el sexo variado e inagotable con todas ellas, motivado y estimulado por diferentes frutas y plantas desconocidas, fue toda una deseable rutina.

Pocos días después, Manuel se empezó a sentir físicamente débil, pero sin que esto menguase su creciente capacidad sexual: a diario hacía el amor varias veces con las seis mujeres, sin que ninguna de ellas le desagradase. Como no podía hacer preguntas, simplemente consideró que su debilitamiento físico correspondía al abuso de la actividad sexual, a pesar de que su excitación continuaba creciendo a cada momento.

Para el quinto día, Manuel ya estaba demasiado débil para salir de la cama, pero las seis mujeres se turnaron para acariciarlo, para excitarlo y complacerlo sexualmente. En un momento dado, quiso preguntar a Cristina por su extraña debilidad corporal, pero ella, con su enorme sonrisa, le respondió con un beso en el pene, tras recordarle su promesa de aceptar todo sin cuestionamientos.

El sexto día, el debilitado Manuel fue cargado en una camilla y llevado a una especie de cocina. Las seis mujeres le besaron todo el cuerpo, le hicieron el amor, y de repente, siguiendo una señal de Florencia, empezaron a cortarle pedazos de su cuerpo con un cuchillo filoso que sorprendentemente no le dolía. Su sangre fue puesta en vasijas de cerámica, y bebida por todas las mujeres a modo de ritual. Ya desmayado por el desangramiento pero aún vivo, fue cortado en pedazos y devorado poco a poco por todas ellas. La carne de la víctima estaba suave y tierna. Florencia –como siempre- había sabido macerarla adecuadamente con sus frutas y hierbajos.

Al acabar de comer su cuerpo, Cristina -siempre con su enorme sonrisa por delante- se despidió de las demás mujeres, prometiendo regresar pronto con una nueva víctima.

La noche siguiente, Luis Antonio, un ejecutivo financiero de visita a la ciudad, entró en el oscuro bar. Sus ojos fueron a encontrarse casualmente con los de una bella mujer morena, cuya agradable sonrisa mostraba una hermosa dentadura blanca.

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