martes, 15 de marzo de 2011
El pollo
No es que fuese un pollo pesimista. Tal vez era todo lo contrario, como lo demuestran algunos elementos de su corta biografía.
Cuando fue consciente de su existencia, estaba todavía inmerso en el interior de un huevo.
Ahí mismo concluyó –con su precaria inteligencia gallinácea- que el universo al cual estaba destinado era mucho más grande que el interior de aquel reducido espacio de pared blanca y ovalada.
El hecho de ver traslucir la luz en los límites de su temporal prisión de calcio, le hizo sentir esperanzas de que afuera algo grande e importante lo esperaba, así que, en cuanto su desarrollo se lo permitió, empezó a dar fuertes picotazos para destruir el cascarón que lo separaba de su promisorio futuro. Lo logró enseguida, sin mayor esfuerzo.
Lo primero que vio fue el entorno de una incubadora industrial. No había nada en ella que semejase a una madre, como su instinto le había prometido. Sin embargo, la temperatura era agradable, y las luces le permitían ver adecuadamente su entorno.
Percibió otros huevos a su alrededor, y en seguida concluyó que era un pollo más de una inmensa serie cuyo futuro nada prometía.
Fue entonces -quince minutos después de romper el cascarón- cuando decidió suicidarse.
“¿Cómo se suicida un pollo?” se preguntó.
Se dio cuenta de que era prácticamente imposible hacerlo. Durante unos minutos pensó que su vida sería desastrosa y azarosa.
Pero le bastó poco tiempo entender que era un pollo de engorda. Una vez que diese el peso que indicaba la norma, sería acuchillado por un diestro especialista, ensartado en una espada de fierro y asado al fuego lento en un dispositivo rotativo.
Si ése era su futuro y su única opción real, decidió acelerar aquel proceso: se dedicó a comer y comer.
En poco tiempo –cuestión de semanas- llegó a tener el peso y el tamaño estándar que requerían las asadurías comerciales de pollos, así que logró dar marcha atrás a su absurda existencia en menos tiempo del esperado.
Disfrutó cuando aquel humano con delantal ensangrentado lo degolló como parte de una rutina.
El pollo de esta historia nunca supo que el cliente que adquirió su asado cadáver había pagado más del doble de lo que su criador había invertido en su nutrición, ni que aquel niño regordete que lo comió sin contemplaciones se había relamido los dedos por el excelente sabor de su pellejo rostizado.
Tampoco le interesaba saberlo. La vida para nuestro pollo jamás fue relevante.
domingo, 6 de marzo de 2011
Extraño asesinato rural
Para el inspector Rupert Von Kuyf no cabía la menor duda:
Clarabella, la vaca pinta, era la autora intelectual de aquel horrendo asesinato.
Era obvio que con su dulce mirada de rumiante amigable y su rítmico rabo espantamoscas, ella había convencido a Hans, el granjero, de que Klaus, el ordeñador, era amante de Klarisa, su amada esposa.
La prueba contundente de que Hans había asesinado brutalmente a la infiel pareja inducido por la perversa res, era un pedazo de alfalfa semimasticada en la escena del crimen.
El juez revisó el caso detalladamente, y encontró que la vaca tenía antecedentes criminales. Fue condenada a muerte.
Hans, el granjero, reconoció el crimen habiendo sido influenciado por Clarabella. Por considerarse un asesinato pasional inducido, su condena fue menor: veinte años de cárcel.
El inspector Rupert Von Kuyf recibió mención honorífica de la policía rural alemana, y el juez fue inmediatamente ascendido a magistrado.
La granja de Hans sin Hans, sin Clarabella, sin Klaus y sin Klarisa, es actualmente un desastre económico que ha dejado sin leche a decenas de hogares de la región, pero en ese aspecto la prensa alemana mantiene absoluto silencio por razones que aún están por esclarecerse.
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